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Regalos de Navidad

  • Foto del escritor: lacuentacuentos
    lacuentacuentos
  • 23 dic 2018
  • 4 Min. de lectura

Era pequeña, en verdad fue desde bebé. No era de los niños que lloraba al verlo. De hecho, no hay ninguna foto en la que no salía feliz. Recuerdo que me colocaban a mi hermana y a mi para la foto, yo lo abrazaba y ella solo pensaba en escapar, veía su cara angustiada en llanto al igual que la de los otros niños y yo no podía entender qué les causaba temor. Nose si era su traje rojo, su barba o lo que yo me imaginaba como magia, pero para mí el Viejito pascuero siempre fue especial. Debe ser que siempre me han gustado las sorpresas y ver lo que se esconde detrás de un papel de regalo, así también, lo que hay detrás de lo que una persona muestra y quizás, sólo quizás eso me gusta de la navidad. Las personas se sacan esa capa de papel que los tapa y se muestran amables y cariñosos con TODOS, sin excepción.

Fui creciendo y el despertar de las navidades siempre tuvo esa esencia especial. Sigo pensando que nunca fueron los regalos en sí, sino la experiencia misma de esperar que iba a ver al otro día cuando corríamos al árbol de navidad. A veces sólo habían dos regalos, otras veces ¡habían muchos!, otras, estaba exactamente el regalo que quería sin haberlo dicho, otras, regalos que ni yo misma hubiese pensado que me iban a alegrar y ser tan útiles.

En fin, vestirse para la ocasión, preparar la cena, decorar la mesa pensando en compartirlo con quien en ese momento esté para nosotros, todo eso para mí, fue haciendo crecer la certeza de que mi momento favorito del año era pasar nochebuena y esperar hasta que fuera navidad.

Pero un año, cuando tenía 27, la espera de la navidad se vio un tanto opacada por todo el proceso que había llevado ese año. Sabía que mi momento favorito estaba por llegar, pero había sido un año difícil y pensar que quizás llegada esa fecha mi ánimo no estaría como siempre, me hacía querer saltar de una fecha a otra del calendario sin pasar por nochebuena y navidad.

Sin embargo, como yo no tenía el poder que tiene el Viejito pascuero de viajar de un lado a otro tan rápido, llegó finalmente el día que no quería que llegara y tuve que hacer frente a una soledad literal y a una soledad del alma, no porque lo había elegido, sino porque me había tocado enfrentarme a la situación “obligada” de estar lejos de casa por razones de fuerza mayor, de estar peleada con la persona que amaba y de estar en un país que no era el mío. A veces, la falta de pertenencia te agota en lo más profundo.

Puse la mesa solo para mí, la decoré hermosa como siempre, porque consideré que yo era lo suficientemente especial para regalarme la mejor noche del mundo en un ambiente que me gustara. Encendí una vela roja, pedí un deseo, aunque creo que eso nadie lo hace en navidad, o al menos yo, no lo hacía. Recé y di las gracias, aunque hasta ese minuto no me había dado cuenta que a pesar de la pena, tenía aún mucho en lo que seguir agradeciendo.

Me fui a mi pieza, me puse un pijama abrigado, como para sentir que alguien me abrazaba, me acosté y vi una una cadena de películas típicas que dan para estas fiestas, repetidas o no, yo las veo todas.

Me quedé dormida. En una paz profunda, justo cuando uno está en el último minuto de estar consciente de estar quedándose dormido pensé en la magia y que ojalá ésta fuera cierta. Ni soñé, ni alcancé a pensar en nada más, sólo desperté al otro día cuando ya era navidad.

Despertarse en la mañana, bajar y descubrir que la espera valió la pena y que la magia ocurre cuando después de soñar despiertas y los regalos descansan con alegría bajo las ramas del árbol navideño.

¡No lo podía creer!. Ahí estaban mis zapatos. Y sobre ellos, los regalos que esperaban ser abiertos y yo con la ilusión de tener la certeza que esté ahí lo que espero.

Es como la vida pensé. A veces pedimos cosas y aparecen como magia y a veces no, pero podemos comenzar de nuevo, aunque sea tristes, pero sabiendo que puede venir algo mejor para nosotros. A veces lo que pedimos no lo necesitamos, tal vez por eso nunca aparece.

Pero ahí estaba lo que yo necesitaba…

Él había puesto los regalos y no, no era el Viejito pascuero, era mi novio pidiéndome perdón. Sus lágrimas caían al hablarme. Yo, sólo podía pensar que esas disculpas eran el mejor regalo de todas las navidades de mi vida. Lo extrañaba, quería estar con Él y que bueno que la magia ¡Si existe!, porque el amor es magia.

Se agachó, tomó mi mano y dijo las palabras que toda persona quiere escuchar: Que así como somos nos aman, que nos aceptan, que somos importantes, que nuestra presencia en sus vidas, hace que la suya sea aún más feliz. Que en la vida para Él, yo soy su regalo.

Nunca pensé que el Universo pudiese estar conectado, jamás le hablé a Él de mi gran adoración por la navidad. Sabía que era una fecha importante, pero decirme que para ÉL yo era su regalo, era una señal clara de quién nos hizo humanos en este mundo.

Sólo quiero disfrutar lo que siento, pensé. Di gracias de nuevo porque fue una navidad en la que me sentí con más ganas y esperanza que antes. No sé si la energía cambió o yo me percaté de que era momento de avanzar, y si ahora es con Él que así sea y si adelante ya no es más así, entonces tendré siempre presente que la magia sí existe y que los regalos en la vida, no sólo se entregan en navidad, sino que siempre.


 
 
 

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