El tiempo vuela cuando estás enamorado
- lacuentacuentos
- 5 dic 2018
- 4 Min. de lectura
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Me dijeron una vez que el tiempo vuela cuando estás enamorado o se lo escuché a mi prima el verano pasado cuando llevó a su futuro esposo Miguel. Para mí todos los días son casi iguales, ese casi lo agrego porque todo cambia si salgo dos minutos antes o después de mi casa. Mi vida va en función del tiempo y ya soy toda una experta en este ámbito; logro calcular perfectamente cada minuto o segundo que pasa, ahorro tiempo cada vez que puedo y si llego a atrasarme, pues en ese caso todo se desmorona y el día cambia totalmente. Las 7:00 am tomo el último sorbo de café, las llaves en la mano derecha y sólo 5 minutos para alcanzar la micro. 7:03; antes de tiempo. Alcancé un asiento detrás de la señora con bufanda roja. Hoy va a ser un buen día. Dos minutos más, son recién las 7:05 am. 7:06, tengo tiempo para sacar mi rímel y el encrespador. El tiempo hay que aprovecharlo, cada segundo cuenta. Brillo en los labios y ¡Ya está!, perfecta para otro día. Voy llegando puntual. Me compro mi café y un muffin. Aún me quedan diez minutos para las 8:00. Camino lentamente a mi oficina, hoy llegaré temprano. 1, 2, 3, 4… 30 segundos han pasado. Una bicicleta; mi café vuela, papeles por todos lados, el muffin cayó a la vereda, se me corrió el rímel, no tengo brillo en los labios. ¡Hoy no llegaré temprano!
-Disculpa, ¿estás bien?, ibas distraída mirando tu reloj y el joven de la bicicleta no alcanzó a frenar-.
Estoy enojada por dentro, pero él me ofrece su mano y el tiempo comienza a volar… Tus ojos siguen ahí igual que siempre, pero ya no miras el reloj, sino su boca. En menos de lo que alcanzo a inspirar he recorrido cada detalle de su cuerpo, parece que lo he visto antes, pero no me acuerdo bien.
-Si quieres caminamos juntos a la oficina-.
Claramente él también me conoce, pero ¿Por qué no me acuerdo de él?
Llegamos cinco minutos antes, en todo el camino jamás miré el reloj, hubiese jurado que habían pasado veinte minutos desde el quiosco a la oficina. ¡Ya lo recuerdo!, es Abel, trabaja siete puestos más allá del mío, el año pasado se ganó unos pasajes a Brasil, creo que fue con su hermano.
-Te dejo, nos vemos más rato, y no mires tanto el reloj-.
A la semana, me invitó a salir. Me llevó al hipódromo y luego a cenar, lo pasé muy bien, nunca había ido al hipódromo antes. Comienzan a prepararse y… ¡partieron!, así es como empiezan las carreras de caballo, corren y corren lo más rápido que pueden, pero no sé si tenga tanto sentido correr tan rápido si el final llega de pronto. Mi carrera con Abel nunca es tan rápida; con él, el tiempo juega a mi favor; y es ese mismo tiempo el que hizo darme cuenta que a su lado, soy una víctima más del presente. He dejado de ser experta, ya no sé contar bien los segundos y las horas, ni siquiera sé si voy a llegar temprano o atrasada; sólo el “Ahora” es lo que me importa. El reloj ya no llama mi atención como antes; no obstante el tiempo sabe cómo engañarme; lo veo aparecer cuando voy saliendo de mi casa y otras miran y miran el reloj queriendo ser amantes del tiempo. No piensan que puede haber alguien como Abel frente a sus ojos. Aún no las choca una bicicleta. No saben todavía lo que es volar.
Han pasado meses y mi relación con Abel se ha vuelto increíble, a veces cuando lo espero para que llegue a buscarme a mi departamento, el tiempo se cuela y aparece para burlarse haciéndome sentir que han pasado horas, cuando sólo han pasado segundos. Cuando Abel me abrazaba y acaricia, el tiempo se pone celoso y corre sin detenerse como la carrera de caballos en nuestra primera cita. Pero en los besos…, en los besos el tiempo se detiene y desaparece. Mi boca antes de tocar su boca viaja en el vacío, sin tiempo ni espacio, ahí el tiempo no existe y comienzo de nuevo a volar. Mis pies no tocan el suelo y me siento más cerca del cielo que de la tierra. Me olvido de mí, pero nos encuentro a los dos cuando llegamos al punto en el que ya somos uno. Abel no conoce el tiempo. Él es todo lo contrario a un cronograma; sabe escabullirse; no sé cómo pero lo hace; y lo hace tan bien como sabe dar besos y otras cosas. Es suave, pero intenso. Mejor que tener el reloj pegado a mi piel, es tener a Abel. Él siempre va a su propio ritmo y eso me gusta mucho. Me ha dicho que se siente piloto de su propia vida, pero en un vuelo plano en el que jamás había tenido turbulencias. Yo llegué para mover un poco sus alas y eso a él le gusta; lo suficiente como para que juntos nos olvidemos del tiempo y comencemos a volar.
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